A veces, los proyectos más significativos no nacen de una planificación extensa, sino de una necesidad concreta. Así ocurrió con nuestros estudiantes de 3.º grado, cuya inquietud fue clara desde el inicio del año escolar: ¿cómo podemos convivir mejor?

Las aulas, como cualquier espacio compartido, enfrentan el desafío natural de los desacuerdos, las emociones intensas y las diferencias de carácter. Sin embargo, lo valioso sucede cuando, en lugar de imponer respuestas, se decide abrir preguntas. ¿Qué ocurre cuando son los propios niños quienes piensan las normas? ¿Y si en vez de solo hablar de autorregulación, se les enseña a practicarla?

Así nació el proyecto “Changing School, One Action at a Time”, una propuesta para construir acuerdos de convivencia de manera colaborativa, partiendo de la experiencia diaria. Los estudiantes reflexionaron sobre qué es un conflicto, cómo se siente el enojo, qué hacer cuando alguien interrumpe, qué significa respetar, y cómo actuar cuando uno no se siente escuchado.

A través de la investigación, exploraron el significado de conceptos clave como conflicto, acuerdo y toma de decisiones. También compartieron experiencias previas: ¿alguna vez estuvieron en un conflicto?, ¿cómo lo resolvieron? Así, de forma natural, los niños empezaron a definir sus propias reglas. Pero lo más importante fue que comenzaron a reconocerse como parte de un grupo que necesita comprenderse para poder funcionar en armonía.

Los estudiantes investigaron estrategias para calmarse, generar acuerdos y resolver conflictos. Elaboraron listas de consejos e idearon acciones concretas para mejorar la convivencia dentro del aula. Además, tuvieron la oportunidad de presentar sus hallazgos a otras aulas, compartiendo sus “juegos de la calma” y otras herramientas que promueven la buena convivencia.

El resultado de este trabajo no se limita a un cartel en la pared o a una lista de acciones. También se hizo visible en pequeños cambios: estudiantes que aprenden a pausar, a explicar lo que sienten, a buscar las palabras antes de levantar la voz. No siempre es fácil, claro. Pero ahí está el verdadero aprendizaje: en el intento constante, en la reflexión cotidiana.

Y aunque esta etapa del proyecto ha concluido, la tarea aún no termina. Ahora llega el momento de evaluar: ¿funcionan estas estrategias en situaciones reales? ¿Los estudiantes las aplican con gusto? ¿Los docentes las consideran adecuadas? Este análisis de funcionalidad y los nuevos descubrimientos que emerjan serán materia de un próximo artículo.

Nuestros chicos recién comienzan… y lo hacen con muy buen pie.